Profesor Nembrini, hay una imagen que gira por la red con el pie de foto “primer día de escuela”: cuatro chavales enfurruñados, y una madre que salta de alegría. Finalmente libre, por algunas horas durante el día. Yo no sé si soy un caso preocupante - prohibido pedir parecer a mis hijos al respecto - pero para mí es exactamente lo contrario. En verano estoy contentísima de gozar de mis hijos, y estar exenta de la tortura cotidiana, la lucha por las tareas: querría que siempre fuesen más, y estuviesen mejor hechas. Mi marido dice que no me debería ocupar. ¿Tiene razón él, como de costumbre?
Sí, al menos en parte, tiene razón él. Estoy convencido que uno de los problemas más graves de los chavales de hoy es que no tienen espacios para probarse, para arriesgar, para equivocarse. Me parece que nuestras actitudes hacia ellos están dominadas por dos sentimientos, el miedo y la desconfianza: tenemos miedo que les pueda pasar quién sabe qué, y les tenemos siempre bajo control (piensa hasta dónde han llegado los teléfonos móviles...); y pensamos que no son capaces de actuar por sí mismos, y que tienen siempre necesidad de nuestra asistencia. Y así no se estiman, no se quieren bien y todo en su entorno les confirma esta falta de estima. ¡Y después nos sorprendemos de que crecen chavales cuyas actitudes ante la vida son el miedo y la desconfianza!